En mi familia nunca se ha celebrado el santo. Sí es cierto que mi madre estuvo a punto de llamarse Ana por nacer el día de Santa Ana (26 de julio), esto es algo que se estilaba mucho por Galicia (aunque al final la llamaron Carmen :P), pero si no es por la coincidencia cumpleaños-santo, celebran más el cumpleaños que el santo. Y en Salamanca, de donde es mi padre, la cosa es parecida, así que en casa siempre hemos celebrado los cumpleaños (algo que a mí siempre me hace ilusión) y pasado bastante de los santos (de hecho, ni siquiera sé cuándo es el santo de mi padre, y el de mi madre lo sé porque cae cerca de su cumple: el 16 de julio).
En Catalunya en cambio es tradición celebrar el santo, incluso más que el cumpleaños. Cosa que nunca he entendido, porque el santo es un día que alguien puso ahí con un nombre, y tus padres decidieron ponerte ese nombre, tú no pintas nada en eso. En cambio el cumpleaños es una celebración del día en que tú decidiste venir al mundo, para mí tiene más gracia 😛
Pero bueno, que cada uno celebre lo que quiera, a mí lo que cada año me sorprende es que el 24 de julio (que es Santa Cristina, por si no lo sabíais :P) venga gente y me felicite. La mayoría de las veces ni siquiera me acuerdo de que es mi santo, y flipo durante unos segundos hasta que caigo en la cuenta. Este año fue más raro, porque un día antes Salva me envió un SMS diciendo que su hermano quería traerme un regalito y que vendría al día siguiente por la tarde. Yo me quedé pensando… un regalo? Por qué? No recordaba que hubiera ido de viaje recientemente como para haberme comprado un souvenir… respondí al SMS preguntándole a Salva por qué, y me dijo… porque mañana ES TU SANTO!
Le dije a Salva que por qué no invitábamos a los cuñaos a cenar, y así estrenábamos la terraza este año, que la tenemos bastante abandonada (básicamente porque con las obras de al lado, ya podemos limpiarla que al cabo de pocos días vuelve a estar hecha un asco :S).
Los muy malvados no me trajeron sólo un regalo, sino dos: para empezar, una caja de Jelly Bellies de 20 sabores, como la que compramos una vez en Harrods… por lo visto las tienen en una nueva tienda de chuches de Mataró… así que ahora tengo un sitio bien cerquita para aprovisionarme! 🙂
El segundo regalo fue una funda para el iPhone (en rojo). Desde que lo tengo (hoy ha cumplido su primer mes, felicidades Six!) he venido usando la Maya de Proporta, que me cedió Salva porque él usaba la Gorilla que le enviaron para analizar en Applesfera, a falta de comprarme una funda para mí. Y precisamente, estuve mirándome las more-thing y me gustaron bastante. Ocupa algo más que la Maya o la Sena (no mucho más, puedo llevarla en el bolsillo del pantalón sin que me estorbe en absoluto), pero tiene algo que no tienen las otras: robustez (pese a ser también de piel, es más rígida). Por dentro está recubierta de un material suave que también limpia el iPhone al sacarlo, mooola!
En la terraza se estaba de muerte, corría una brisa muy agradable. Para cenar, Salva se curró una ensalada de primero, riquísima, y de segundo yo preparé un tartar de salmón, que también quedó delicioso. Todo muy veraniego 😛
Como no me dio tiempo a preparar ningún postre (es lo que tiene improvisar la cena :P), el señor Frigo vino en nuestro rescate con la típica tarta helada. Después nos hinchamos de comer Jelly Bellies (hay que ver qué ricos están, y cómo están de conseguidos los sabores… es difícil quedarse con uno, pero mi preferido es el de melocotón, nyam!), y Salva abrió una botella de un ron venezolano (Santa Teresa) que le había traído un compañero en Navidad (el chico es de allí, y fue a visitar a la familia), y que como a mí no me gustan los licores no había abierto hasta ahora. Natàlia lo probó, yo lo olí (es mi manera de probar los licores :P, reconozco que éste olía bien), y entre Salva y Pere se pimplaron, entre charla y charla, casi toda la botella.
La sobremesa estuvo muy divertida, hablando un poco de todo. Eran las 2 de la mañana y ya estaban diciendo que se marchaban, cuando Pere pronunció las palabras mágicas: “jugamos a algo?”. Y es que yo nunca rechazo la oportunidad de jugar a un juego de mesa, sobre todo si se trata de cartas o dados. Y para mayor alegría mía, accedieron a jugar al Mus (hacía siglos que no jugaba!). Así que saqué mi arsenal (amarracos del Campillo incluidos :P), enseñamos a Natàlia a jugar y nos pusimos a ello, chicos contra chicas.
Por supuesto, ganamos las chicas, y por goleada. En la primera vaca, iban ganando ellos hasta el punto de que nosotras tuvimos que empezar a hacer órdagos a la desesperada (treinta y pico piedras a veintipico, íbamos a 40 piedras). Pero al final acabamos ganando sumando puntos xDD. La segunda y tercera vacas ya fueron más de paliza. Entonces habíamos ganado la partida (al mejor de 5 vacas), pero quisimos jugar otra vaca, la de la dignidad. Adivinad quién no recuperó la dignidad perdida :P. Esta vez fue de órdago, un órdago suyo que Natàlia aceptó, con un par (bueno, con un trío de grandes :P).
Entre el ron, la charla y el Mus se nos hicieron… las 4 de la mañana! A esa hora sí que se fueron, que al día siguiente iban a Port Aventura… pero fue una noche estupenda, me lo pasé en grande, gracias chicos!